¡TODOS A CLASE! (1ª Parte)

Uno de los elementos que llaman la atención en la cultura sumerioacadia, es la existencia de escuelas, ya en tiempos tan remotos.

Con las pinta de bruto del profesor, ¡cualquiera
no se aprende la tabla de multiplicar!
Una pregunta que los sumeriólogos llevan haciendo mucho tiempo es: ¿Iban las  niñas a clase?  Hasta hace pocos años, muchos autores negaban categóricamente tal posibilidad.  Daban por supuesto que las niñas, al igual que las madres, se quedaban en casa con la pata quebrada.  Pero hoy sabemos que las mujeres sumerioacadias, salvo las campesinas o las acadias casadas, no se quedaban en casa, precisamente.  Se han encontrado numerosas tablillas, desde la II Dinastía de Ur (más de 4500 años de antigüedad) que muestran a mujeres de buena familia llevando negocios personajes, dirigiendo sus propias oficinas de escribas, sellando contratos, etc.. Está muy claro que esas mujeres sabían leer, escribir, e incluso tenían nociones de materias avanzadas como las matemáticas.

¿Dónde adquirieron esos conocimientos?  Está muy claro que las Edubbas (escuelas). Afirmar, por tanto, a la vista de esas tablillas, que solamente los hombres iban a la escuela, es un bonito ejercicio de machismo. Por desgracia, solamente hemos encontrado un edificio lo bastante bien conservado como para identificarlo, claramente, como una Edubba.  Y por los restos no podemos adivinar si las niñas estudiaban junto a los niños o aparte... (O si recibían "clases particulares", que todo es posible)

Sentados en bancos de ladrillo y
recibiendo latigazos (y por si fuera poco,
no les dejaban llevar el móvil a clase)
¿Cómo era eso de ir a clase en Sumeria? Pues ante todo, muy caro. Solamente las clases acomodadas se podían permitir pagar unos estudios.  Por una parte había que pagar al templo al que pertenecía la Edubba, y luego había que pagar al maestro, que era conocido como "Padre de la Edubba".  Había maestros secundarios que daban asignaturas concretas, así como personal  adjunto, como el encargado de los azotes. A esos maestros se les llamaba "grandes hermanos", pero les pagaba el templo, no los padres de los alumnos.  El problema es que al Padre de la Edubba había que sobornarlo, así, como suena.  Su sueldo solía reducirse, como la mayor parte del personal de un templo, a la alimentación diaria.  Si un/a alumno/a iba mal en los estudios o recibía demasiados castigos (los azotes estaban a la orden del día) se recurría al truco de invitar al Padre de la Edubba a cenar. El buen señor, invariablemente,  salía de la cena con un kaunake nuevo, o con algún obsequio para la casa, o para mejorar las raciones de comida (algún corderillo cebado, era bien recibido).

Para otro día dejaremos los tipos de estudios que existían. Hoy nos quedamos  con que, además de estudiar, había que sobornar de lo lindo. y no con una manzana, precisamente...



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